Reflexion de Cumpleaños
La vida se despliega como un vasto horizonte: a veces me invita a la quietud y, en otros momentos, me sorprende con compañía en el instante menos esperado. Hace un año, uno de esos refugios donde suelo reencontrarme conmigo mismo fue testigo de una vuelta al sol que, aunque apacible, resonó con la cercanía de quienes me acompañan, incluso en la distancia, recordándome que no hay vacío absoluto cuando el afecto teje hilos invisibles.
A lo largo de este tiempo, detenerme a contemplar se volvió casi un ritual: respirar hondo y observar no solo el paisaje, sino también aquello que pulsa en mi interior. Y aunque el año fue difícil, retador y capaz de sacudir certezas, me enseñó a explorar la raíz de mis principios. ¿Hasta dónde llegan? ¿Cuán firmes se mantienen frente al cambio?
Entre esas preguntas, floreció el crecimiento. Un crecimiento cotidiano, constante, a veces silencioso. Encontré la fuerza para reconectar con el amor materno, para descubrir que todos los días puedo nacer de nuevo si así lo elijo. Y, en consonancia con Séneca, recordé que la vida no es breve: es generosa en el tiempo que ofrece; soy yo quien decide qué sembrar y cómo cosechar.
Hoy, al mirar hacia atrás, confirmo que la vida es justa: me ofrece el espacio exacto para llevar a cabo aquello que realmente importa. Reconocerlo, y agradecer cada ocasión en que la existencia me retó, es la clave para avanzar con serenidad. Y así, con la certeza de quien elige el camino de la sabiduría, decido mantener mi atención en lo que de verdad nutre mi alma. Ni más, ni menos.
Porque, al final, como un océano que acaricia la orilla, la vida siempre acaba regresando a su flujo natural. Lo importante es estar presente, contemplar, aprender y, sobre todo, agradecer; sabiendo que, en ese discurrir constante, cada paso que doy es una invitación a vivir con mayor plenitud y sentido.
AP